Orden Inmaculada Concepción
“No me habéis
elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros”
El sentido de nuestra vocación viene de la consagración de Jesucristo a
nosotras (Jn 17, 26) Es nuestra respuesta. No somos las que nos consagramos
primero, sino que es Cristo quien nos da su vida por medio de la consagración.
Esto significa aprender de su modo de vivir la realización de la propia vida
y hacer presente su vida en nosotras. María nos muestra con su vida cómo la
consagración se acredita en el servicio de la vida ordinaria. Por eso hemos de
conocer a fondo las actitudes de María.
Nuestro modelo a imitar: Santa Beatriz de Silva: realizó su consagración con
la mirada en María con sus rasgos específicos:
- Sensibilidad para la acción de Dios
- Sumisión a la providencia divina
- Entrega a la Voluntad de Dios
- Vivir en la presencia de Dios
- Transparencia de la vida de Dios en su propia vida
- Sencillez de corazón ante Dios
- Llenarse de lo que agrada a Dios.
La Consagración a Dios dentro de la Iglesia y con la Iglesia, según el
espíritu de la Inmaculada es:
- Obedecer a los planes de Dios.
- Pobreza para que Dios pueda actuar.
- Castidad para que Dios pueda dar en plenitud su amor y para ser digno de
concebir lo que él quiere dar.
- La Clausura que convierte la consagración en ámbito eclesiástico en el
cual se vive el misterio de los votos.
- Por el ofrecimiento total de la propia voluntad a Dios, las hermanas se
ponen totalmente a disposición del Padre, se asocian al misterio Pascual de
Cristo, se vinculan más estrechamente al servicio de la Iglesia y de los
hermanos y son conducidas a la libertad de los hijos de Dios y a una más plena
madurez personal
Madre mía, ven a mi alma,
apodérate de ella
y dóname tu espíritu.