Los ejes de nuestra vida son la oración y el trabajo en fraternidad. Por eso
la concepcionista hace de su vida una ofrenda con Cristo, por la humanidad desde
nuestro trabajo y servicio fraterno. Mediante el trabajo, cooperamos al
perfeccionamiento de la creación divina y se asocian a la obra redentora de
Jesucristo nuestro Esposo.
El trabajo lo consideramos como expresión de la colaboración creativa con
Dios. Es participación de la nueva creación en Jesucristo, que unido a El, es
obra salvadora y redentora que ayuda a surgir la nueva humanidad. Pero ante
todo, no trabajamos con manos que solo quieran apropiarse de las cosas, sino que
conforme a la actitud de la Inmaculada, trabajamos con las manos abiertas que
están disponibles para recibir. El hombre tiene que recibir lo más trascendental
de su vida; es decir, la vida de Dios y su misericordia y gracia La actividad de
apropiación se transforma ante Dios en manos vacías que reciben.
Por el trabajo, participa la concepcionista en la preocupación por el
sustento de la propia comunidad. Nadie puede estar al margen. Ella recibe todo,
y en abundancia. Ella, por su parte está dispuesta a dar lo mejor de sí misma
activamente en la comunidad. Nuestro trabajo, en el Convento de
León, es la elaboración de formas para
el culto. Plenamente conforme con la vida contemplativa. Lo recibimos como don,
aunque, en la práctica estemos trabajando para ganar el pan de cada día. NUESTRO
TRABAJO, como medio de sustentación, en el cual trabajan con entusiasmo
todas las hermanas, incluso las mayores.
Este trabajo lo realizamos en común y en comunión. Llamadas a un mismo camino
se seguimiento, la comunidad concepcionista configura todas las dimensiones de
la persona y se expresa, desde el misterio de María, en la entrega de unas a
otras en el trabajo, en las responsabilidades y en la vivencia de la fe.
(Constituciones n. 99)